Todas las tardes unos pequeños hombrecillos, sombrero en mano, salen de no sé dónde y se paran sobre una piedra para bailar. El más pequeño de todos, haciendo unos raros movimientos, toca un inmenso tambor mientras todos los duendes bailaban a su alrededor. Insólito espectáculo que desafortunadamente disfruto sólo en punto de las seis. ...Sebastian Carvajal

La Cebolla Roja

domingo, agosto 12

Nunca me ha gustado la manía de papá por levantarse temprano los domingos, especialmente porque parece ser una enfermedad contagiosa, pues al instante mamá le sigue los pasos y a los pocos minutos lo hacen mis hermanos. A mí, como esta claro, no me queda otra opción mas que unirme también al manicomio porque de otro modo mi existencia de ese día se puede tornar muy deprimente.

La última vez que me quedé dormido en domingo todos se fueron a Misa de 10 en Fátima y no regresaron hasta las 8 de la noche, cada uno con café frapé en la mano. Como es de imaginarse me la pasé tirado todo el día –como ayer-, comí lo poco que encontré en el refrigerador y bagué por la casa en busca de algo que hacer, por supuesto al día siguiente fui al colegio con facha decadente, cabizbajo y dormido hasta el primer descanso.

Así las cosas después de Misa y de visitar a Mamagrande llegamos a la Cebolla Roja.

Nunca he sabido porque se llama así, pero tampoco he sentido necesidad de preguntar. Es un lugar tan nuestro que los meseros sólo están esperando que llegue la familia Carvajal para comenzar a trabajar. Aunque se me antoja todo, la experiencia me ha enseñado que lo que pide papá siempre es garantía, pongo atención y pido lo que él. La Cebolla Roja es -a mi parecer- la mejor taquería de la ciudad. No es un lugar cualquiera, porque aunque se sirve principalmente cortes y tacos, la categoría del lugar es al mismo tiempo elegante, simpática y familiar. No se por qué pero es un lugar especial para mí. Los Carvajal llevamos tantos años comiendo en este sitio que se ha convertido en una tradición familiar.

Hoy hemos platicado de todo y de nada. Sin embargo, papá me ha recordado lo de siempre: que espera de mí un promedio mayor a 90.

-Tú tienes talento para estar en los primeros lugares, no me vayas a fallar. ¿Estamos de acuerdo?- Y luego su mirada inquisidora.

¡Ah! Como me pesa que me diga eso. Como si Sebastián Carvajal se redujera a una máquina matemática. Me pongo inmediatamente de malas y a la defensiva.

-Si papá, ya lo sé, ¡ya lo sé! No te preocupes.

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